domingo, octubre 11, 2009

LLEGADA A PORTO TORRES.



Estrenando el jardín.



La casa.





Esperando que nos dieran vía libre para desembarcar.



Llegando a Porto Torres, ¡tierra a la vista!


Desayuno en el barco.


Amanecer en un barco es toda una experiencia. A mí me parece que los viajes marítimos aportan una extraña sensación de parón, de suspensión de la realidad, me sería difícil explicarlo de otra manera. Debe ser cosa del mar, que eleva mi imaginación más allá de lo que está a simple vista. El caso es que me imponen respeto los misterios que esconden los océanos, y creo firmemente en aquello que me decía mi abuela de que "el mar es sólo para valientes".

La belleza del mar está, en mi opinión, precisamente en aquello que no se ve, que es invisible a los ojos.

Desde que se divisó tierra, hasta que llegamos a pisar suelo firme, pasó el tiempo suficiente que necesitábamos para desayunar y dar un paseo por cubierta. Soñar, disfrutar de la brisa, del olor a sal tan peculiar que desprende el mar, el balanceo de las olas que invitan al vaivén del alma, a vivir anhelantes de cada segundo que estaba por llegar.

El desembarco fue del mismo modo, los ramperos moteros por un lado, y las mozas a pie por otro.

La entrada a Porto Torres me recordó a un compañero que me dijo que Cerdeña no era un destino que me "pegara" para nada. Creo que esta afirmación nació de la creencia de que soy una mujer de monte,encinas, musgos, helechos, pinos, ríos...y razón no le faltaba, pero también encuentro paz en los acantilados, en alguna playa vacía de arena blanca y aguas cristalinas, así que cambiar de escenario de vez en cuando no creo que sea malo, y yo era la primera en sentir curiosidad por saber qué era lo que me iba a ofrecer Cerdeña.

Todo me resultaba enormemente familiar. Como si ya hubiera estado antes allí. Me recordaba a un popurri de pueblos del mediterraneo, una mezcla de varios. Me vino a la cabeza Lido, un pueblo italiano donde estuve con 16 años. No recordaba que recordaba ese lugar, y fui la primera sorprendida en descubrir que todavía tenía ese nombre grabado en algún rincón perdido, el cerebro es el más grande de los misterios. Los edificios, la amplitud del espacio que nos rodeaba, la sensación de que el mar estaba cerca aunque no se divisara desde el pueblo, hicieron que me golpearan momentáneamente imágenes, fotografías antiguas del recuerdo que creía completamente olvidadas, así que la primera impresión fue de sorpresa total.

Llegamos a la casa donde íbamos a alojarnos, esperamos al casero, Antonello, que nos entregó las llaves de la misma y después de su marcha nos fuimos a comprar. Comimos en el jardín, que para eso lo teníamos, y nos preparamos para pasar la tarde descubriendo los rincones más hermosos de Porto Torres.

1 comentario:

Antimal dijo...

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